Gordon Giltrap & Paul Ward – The Last of England: la belleza escondida en paisajes sonoros
De vez en cuando, en ese interminable viaje que es la exploración musical, me encuentro con verdaderas joyas sonoras que han pasado desapercibidas. Artistas o discos que, por una u otra razón, nunca se cruzaron en mi camino o simplemente no les presté la atención debida en su momento.
Recientemente, tuve uno de esos hallazgos que justifican toda una vida de escucha: The Last of England, una colaboración entre Gordon Giltrap y Paul Ward.
Aunque el nombre de Gordon Giltrap no me es desconocido —es más, sabía de su maestría como guitarrista—, nunca me había detenido con calma a explorar su obra. Lo mismo me ocurría con Paul Ward, un músico mucho más enigmático, cuyo nombre probablemente no diga mucho a la mayoría, incluyéndome a mí hasta hace poco. Salvo algún disco hace años y algunos sencillos últimanente , este músico no tiene una actividad regular . Y, sin embargo, The Last of England nos revela a un artista profundamente sensible y talentoso.
La portada del disco inspirada en la famosa pintura homónima de Ford Madox Brown —que representa a una familia de emigrantes dejando Inglaterra—, nos vaticina lo que nos ofrece con este trabajo adentrandose en una exploración emocional del exilio, la pérdida, el anhelo y la belleza frágil de lo que se deja atrás.
Mi descubrimiento comenzó con la pieza “Elegy”, una composición que me llamó la atención por su elegancia y belleza contenida. Esa única escucha me impulsó a investigar más a fondo el álbum, y el resultado no me ha decepcionado en absoluto. De hecho, este primer trabajo conjunto entre Giltrap y Ward ha pasado directamente a ocupar una de las primeras posiciones en mi lista de discos imprescindibles.
El álbum se abre con una suite titulada The Brotherhood Suite, compuesta por siete piezas que, según cuenta Giltrap, están inspiradas en el movimiento artístico prerrafaelita. Lo que encontramos aquí es una música absorbente y profundamente conmovedora. La pieza que da título al álbum, “The Last of England”, establece el tono desde el primer segundo, con suntuosos arreglos orquestales diseñados por Ward que arropan la guitarra de Giltrap en un marco de gran belleza.
Quienes conocen la trayectoria de Giltrap recordarán otras colaboraciones en las que su guitarra ha sido adornada por orquestaciones o incluso por orquestas completas. Pero en este caso, lo que logra Paul Ward —empleando una colección de teclados clásicos, sintetizadores y samples— es sencillamente admirable. El resultado es una música rica, envolvente, emocionalmente evocadora.
Uno de los momentos más impresionantes es “The Light of the World”, con la guitarra de Giltrap expresándose de forma dolorosamente conmovedora, envuelta en coros cálidos y sutiles sintetizadores. Estas primeras seis piezas nos transportan por un paisaje sonoro pastoral, que recuerda por momentos al romanticismo de compositores como Vaughan Williams, John Field o Edward Elgar. La última de la suite, “Work”, rompe brevemente la atmósfera de calma con una vibrante percusión orquestal y una guitarra más dinámica, evocando el sonido progresivo que Giltrap desarrolló durante los años 70.
Si el disco terminara ahí, ya sería una obra más que recomendable. Pero aún nos esperan siete temas adicionales que, aunque menos orquestados, complementan a la perfección la primera mitad del álbum. Destaca “Loren”, una pieza solista y conmovedora, homenaje a la difunta esposa del guitarrista Bert Jansch, así como “Sadie in May”, dedicada a la hija de Giltrap, donde el toque íntimo y sincero de su guitarra brilla con especial ternura.
En definitiva, The Last of England es un disco para detenerse, respirar y escuchar con atención. Una obra que habla de despedidas, de belleza, de memoria, de amor y de arte. Y sobre todo, una demostración de que la música, incluso en tiempos donde todo parece efímero, puede seguir siendo un refugio para el alma.
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