Mis primeros encuentros con Vetusta Morla fueron, por decirlo de alguna manera, un tanto tumultuosos. Recuerdo claramente la primera vez que me topé con su álbum Un día en el mundo. No puedo decir que fue amor a primera escucha. De hecho, estaba lejos de serlo. Por alguna razón, las canciones simplemente no parecían conectarse conmigo en ese momento. Sentía que había algo ahí, una profundidad que no terminaba de descifrar, pero el vínculo emocional no llegaba a nacer.
Después de ese primer intento, dejé el disco en un rincón y seguí con mi vida musical. Sin embargo, el nombre de Vetusta Morla me perseguía: lo escuchaba en conversaciones, en recomendaciones apasionadas, en reseñas que hablaban de ellos como una de las bandas más importantes del panorama español contemporáneo. Todo el mundo parecía haber encontrado algo especial en su música… menos yo. Fue entonces cuando decidí darle otra oportunidad al álbum, con la esperanza de descubrir lo que todos los demás veían. Pero, nuevamente, me encontré con la misma falta de conexión emocional.
Y aun así, algo dentro de mí no quiso rendirse. Con el paso del tiempo, sin buscarlo, algo cambió en mi percepción. No puedo señalar exactamente qué fue. Tal vez fue un cambio en mi propio estado de ánimo, o tal vez —quién sabe— el universo decidió alinearse en mi favor. Lo cierto es que, poco a poco y casi sin darme cuenta, las canciones empezaron a penetrar en mí de una manera distinta, más profunda, más sincera.
De repente, me descubrí fascinado con temas como "Autocrítica", "Un día en el mundo", "Copenhague" y, especialmente, "Al Respirar". Esta última se convirtió en un punto de inflexión emocional, la puerta que me permitió entrar de lleno en el universo sonoro de Vetusta Morla.
"Al Respirar" es una canción que parece hablarle directamente al alma. Desde su inicio, con esa instrumentación contenida y esa voz que se quiebra suavemente, se percibe como una confesión íntima, una reflexión sobre la fragilidad, el paso del tiempo y la necesidad de reencontrarse con uno mismo. Hay en ella una nostalgia luminosa, un equilibrio perfecto entre la melancolía y la esperanza.
La letra —poética y profundamente humana— parece decirnos que seguir adelante no siempre implica correr, sino saber respirar, detenerse y sentir. En un mundo que constantemente nos empuja hacia la velocidad y la inmediatez, “Al Respirar” se convierte en un recordatorio de lo esencial: la calma, la introspección, la reconexión con lo que somos.
Musicalmente, la canción crece con una elegancia contenida. Los arreglos son precisos, delicados, y van sumando intensidad sin perder la sutileza. En su clímax, todo se funde en una sensación de catarsis emocional, como si la música misma tomara una bocanada de aire y nos invitara a hacer lo mismo.
Fue entonces, al escuchar “Al Respirar”, cuando comprendí que Vetusta Morla no busca impactar de inmediato, sino habitarte lentamente, quedarse dentro de ti, transformarte sin que te des cuenta. Esa fue la llave que abrió el resto del álbum. A partir de ahí, cada canción comenzó a revelarme algo nuevo: los paisajes sonoros, las metáforas, los silencios entre acordes. Todo cobró sentido.
Hoy en día puedo afirmar, sin la menor duda, que Vetusta Morla se ha convertido en uno de mis grupos favoritos. Su capacidad para combinar poesía, melancolía y fuerza emocional en cada una de sus composiciones me resulta admirable. Y entre todas las canciones que han creado, hay otra que brilla con una luz muy especial para mí: "La Marea".
Esta canción tiene un tono relajado y acústico, impregnado de una melancolía envolvente y de letras profundamente poéticas que calaron hondo en mi interior. Su atmósfera me lleva a un estado de contemplación serena, como si las olas de la marea musical me mecieran entre recuerdos y emociones. Es una de esas piezas que no buscan deslumbrar, sino conmover, y en ese gesto sutil radica su grandeza.
Así que, después de mi viaje de altibajos con Un día en el mundo, puedo decir con total sinceridad que tanto “Al Respirar” como “La Marea” representan la esencia más pura de Vetusta Morla: canciones que nacen del silencio, crecen con la emoción y terminan habitando el alma. Ambas han dejado una marca imborrable en mi corazón, y por eso merecen —sin duda alguna— ser compartidas con el mundo.
Hoy entiendo que Vetusta Morla me enseñó algo más que a escuchar música: me enseñó a escuchar el silencio entre las notas, a detenerme, a respirar.
Cada acorde, cada palabra, es un recordatorio de que la belleza también se encuentra en la pausa, en la contemplación, en dejar que la marea interior siga su curso. Porque, al final, la música —como la vida— no se trata solo de avanzar, sino de aprender a respirar al compás de lo que sentimos.
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