Volcánica y espinosa, «Zombie» ya había desatado un alboroto no sólo en los charts europeos, sino también en los intestinos de los irlandeses. Fue entonces cuando la ya no tan sweety Dolores O’Riordan y el resto de The Cranberries bajaron las revoluciones y en noviembre de 1994 lanzaron «Ode to my Familiy», segundo tema de cacareo del disco No Need To Argue.
Y claro, pronto cayeron los cuestionamientos y cotilleos en los tabloides a razón de las letras y el título del sencillo que miles identificaron con facilidad por su repetitivo «tu turu tu».
Rumores que llegaban porque, por principio de cuentas, casi nadie sabía si la vocalista de las piernas flacas, esa de humor semejante a las cordilleras y quien se encargaba de llevar los pantalones en el cuarteto, lamía las heridas de su pasado en familia o echaba de menos los muchos universos de la infancia perdida. O las dos cosas.
«Invertí mucho tiempo tratando de irme de casa e intentando escapar de todo ese núcleo hogareño… solamente para ser rebelde. Luego me largué y, ya sabes, se dio todo eso que implica fugarse contra la voluntad de una madre. Eventualmente, creo que extrañé todo, me di cuenta de lo bueno que había en aquellos tiempos», aclaró Dolores años después. «Quería ser independiente y elegir mi propio futuro.
Cuando me fui de casa, experimenté esa sensación de libertad.»
Así que hubo mezcla. Lo que dotó de lógica a la evocación de O’Riordan en «Ode to my Family» fue la aleación de lo gratuitamente gozado y lo caprichosamente perdido.
En unos pocos años la rockera decidió marchitar su primera vida y después gimotear por la flores agostadas. Por medio de una cancioncita pop.
«¿Quería Dolores reservarse algo en la pieza al tratar algo tan personal? No, ella jamás ha sido así. Simplemente escribe una canción por lo que va escapándose de su cabeza sin pensar mucho en las consecuencias. Nosotros (como banda) somos honestos, siempre hemos sido así, básicamente no seguimos reglas», clarificó el fornido baterista de los arándanos, Fergal Lawler.
Los años pasaron, millones de discos de The Cranberries fueron despachados y la fama mordió fuerte, tan fuerte que la alineación optó por tomarse frecuentes y prolongados periodos vacacionales entre álbumes, para volver a sus familias y crear las propias.
En noviembre de 2013, con tres hijos, un matrimonio longevo con Don Burton, facha de señora madura y encanto retrechero, Dolores desparramó el salero sobre sus seguidores al revelar a The Sunday Independent que entre los 8 y 12 años había padecido abusos sexuales. «Sí, era sólo una niña, pero todo eso es parte del pasado, ahora simplemente estoy tratando de vivir para mis hijos… porque los amo», expuso igual filosófica que resignada. Si acaso especificó que había sido atacada una y otra vez por un adulto externo que se había ganado, quién sabe cómo, la total confianza y simpatía de la familia en su natal Limerick. De ello, había optado por mantener todo en la cueva del silencio, para evitar que su padre se enterara y terminara en la cárcel acusado de un homicidio que cualquiera le perdonaría, menos la autoridad.
Dicho todo esto, la oda de Dolores a su familia era sensata y quizá hasta justa, aun cuando la vida no lo había sido tanto, no lo era en 1994, ni tampoco habría de serlo en el futuro.
Fuente Radiolaria
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